Un nuevo manicomio, dos razones para no salir nunca: el Mundo y la razón oscura de la expedición*

Desde tiempos remotos los seres humanos han luchado por confortar sus vidas, tanto como sea posible. Está misteriosa búsqueda de manera extraña, aunque consecuente de esté pasó también, ha terminado por crear un mundo lejano, seguro pero dentro de ciertos confines establecidos, el radio de la expedición, una expedición llamada razón.

La búsqueda, como no podría ser de otra forma, nos llevó a mirar el oscuro universo e imaginar lo eterno. Una expansión infinitamente con pequeñas luces aisladas una de otras; una eternidad que falsea deseo y esperanza, traidora de los sueños y perseverante en la pesadilla del dolor. Dolor ante la humillación, una humillación de no ser eterno en tan vasta oscuridad. Una búsqueda que ha rodeado nuestra mentes de encierro, un encierro apacible.

Dos razones rodean nuestra expedición, aparecen como maldades ante la producción final. Sin embargo, esas razones han terminado por encantarnos formando dos dimensiones de un plano gris, decolorado y estéril.

La tierra muerta ha perdido su verdor y, de alguna forma, parece que las grandes luchas del pasado nos han traído a esté instante infinito, nuestro logró más profundo, una maravillosa tempestad que armoniza los planos del tiempo: odiamos la búsqueda.

La aventura, se me replicará, sigue encantando. Viajar, descubrir aún forma del mayor de los placeres. -Placeres. Mientras nos arropamos en una cama en un sótano oscuro y húmedo decidimos marchar a una litera medieval; a ese cambio de lugar llamamos placer.

En todo caso, el viajar, el hermoso detalle de la vida, siempre se encuentra limitada, más aún, seccionada al acondicionamiento de nuestra guarida. No importa dónde vamos, siempre deseamos abrigo y abrazo, es decir, queremos volver al ser centro y aún cuando descubrimos nuevos horizontes algo nos conmueve a quedarnos... Quedar, ¿a dónde queda la expedición? Esa es mi simple pregunta.

Dos razones, la muerte paulatina del mundo por nuestros actos nos amarra a un amor extraño, bendito entre los otros, nos encanta someter e imaginar cómo se desliza el brillo fino y afilado sobre una piel tersa y joven. Nos encanta desgarrar. No pienso en condenar a mis razones, al fin y al cabo nunca se desea al punto presente en que estamos, algo marcó el ritmo y nos trajo aquí, al mundo, a ese círculo aparentemente infinito pero tremendamente limitada a la razón.

Vivir-mejor-aquí. ¿Cómo renacer sin cambiar de lugar? ¿Cómo llamamos renacer a algo que volvió al mismo lugar dejando todo igual pero creando en cambio un hermoso mito que encanta nuestra expedición, alentándonos a seguir? Quizás no ocupamos nunca el motivo de la religión, sin ella, lo hubiéramos hecho todo exactamente igual.

Bueno, dejemos lo mágico, de vuelta a lo real. Las violaciones y las guerras no se detienen porque nada parece calmar eso que llamamos alma que tras generaciones hemos colmado de moral, una moral que sin dejar de generar culpa no ha logrado hacernos menos estúpidos.

Dos razones, un plano, una dulce escala de grises, aveces pasteles, maquillajes de esencias viles, veneno. Eso nos atrae, solo el veneno, queremos terminar la expedición, por eso tanto veneno.
Las flores se marchitan, la música parece detenerse aunque sigamos bailando.

Dos razones para decir no al mundo, crear uno propio condenándolo al encierro de nuestro interior ¿cómo podría ser de otra forma? ¿Cómo emprender una nueva expedición si no naciera de una nueva internación?



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