A los poetas que van en Romería

Otro día en la practica, lanzando improperios al viento a esos que por leer poesía ya no cuestionan... Ya no se cuestionan en sí mismos nada. Perfectos seductores, caricaturas de servidores que cantan alabanzas al escritor sin mirar su frustración.

Cagarse en dios ya no es una perdición, acomodado como símbolo de extravagancia, especialidad en el miedo, una lágrima en medio del mar. No hay sangre en la calle porque no queda ya quien las haga sus memorias, se pierden en el tiempo, en apariencias con precio de desaparición de la indignación.

Ya no queda espacio para las malas letras, para las faltas de ortografía, ni siquiera un aplauso para la mano que tiembla por el látigo del captor, el violador, el gobernador.

Se rechaza el miedo por decreto universal, los astros y las ostias han vuelto al paladar del estudiante, y con sonrisas y alcohol reciben el trono del rey de los judios.
Leer la miseria se considera traición a la belleza y la conquista del pan ya no es una prioridad.

La música, la música del subverso, habla de amor pero no de rebelión. Aún más, ¡el poeta espera ser defendido! ¿Porqué ya no usa sus palabras, tan grandiosas, tan filosóficas? Las palabras de enojo, clandestinas, se vuelven débiles ante los biólogos de la ciencia: el argumento más pobre para entender el dolor gobierna los pasillos del hospital donde se han internado a las letras malditas.

Cuanta mentira guarda la verdad. Alabad la dulce condenación del maestro de las letras, vete al cielo que te pertenece.

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